- El cambio solo será posible reconociendo el problema y haciendo una apuesta firme por y para el ciudadano pese a las consecuencias.
- La pacificación del tráfico y la gestión rigurosa de sanciones son claves de la transición hacia una movilidad sostenible y universal.
Ante más de medio centenar de asistentes, Daniel Macenlle dejó sobre la mesa el pasado martes las claves para convertir Melilla en una ciudad sostenible en materia de movilidad urbana. Al finalizar la charla, una de las reacciones que más se repitieron fue la gran oportunidad que tenemos al alcance y no aprovechamos.
Melilla, con un presupuesto que casi cuadriplica el de Pontevedra, está a años luz de ser una ciudad amable para el peatón, y por mucho que el consejero de Coordinación y Medioambiente, Manuel Ángel Quevedo, insista en que no existen tantas diferencias, la realidad es tan objetiva como los datos: El espacio donde se han realizado las reformas en Pontevedra ocupa 9km2 y concierne a 65.000 habitantes, similar a Melilla. Allí es donde el número de muertes se ha reducido a cero en los últimos 7 años y la tasa de accidentalidad ha bajado un 50% (cifras de la DGT). Obviamente, no contempla espacios interurbanos ni provinciales, de ahí el error de Quevedo al comparar la ciudad con Pontevedra.
La Mesa de Movilidad opina todo lo contrario, y no por una cuestión de rebeldía. Melilla adolece de un compromiso claro y tajante por parte del Gobierno porque el Gobierno teme la reacción de la gente —su experiencia negativa en el barrio del Real y la claudicación en Ramírez de Arellano lo acreditan—, y supedita cualquier iniciativa de desarrollo al status quo, que otorga la prioridad a vehículo sobre el peatón.
A esa falta de compromiso se suma la falta de alineamiento de todas las áreas de la Administración y la gestión eficiente de los tiempos para llevar un plan a cabo.
El Gobierno necesita, en primer lugar, revisar su concepto de espacios urbanos. En los años ’60, la llegada masiva del automóvil supuso un aporte de libertad y autonomía inéditas para la sociedad. La gente comenzó a desplazarse por sí misma dentro y fuera de las ciudades, reduciéndose drásticamente los tiempos de desplazamiento. Fue tan revolucionaria la aparición del coche que la vida de las ciudades se transformó, y todo comenzó a girar en torno al conductor. Pero las ciudades no se concibieron para eso.
El espacio urbano debe ser un centro de relación, de convivencia y de cohesión social, pero necesita estar bien organizado y tener claras las prioridades de convivencia. Hace tiempo que la demonización que los comerciantes hacían de las calles peatonales dejó de ser un mito. Como apuntó Macenlle, “nunca un coche se para a tomar un café, se paran sus ocupantes; y nadie mira los escaparates desde un coche como los mira cuando va caminando”. Pero, una vez más, es necesario que el Gobierno, que es quien maneja y toma las decisiones, entienda este concepto y apueste firmemente por cambiar el modelo de ciudad.
Esa apuesta es una carrera individual y de fondo al mismo tiempo. Aunque se comparta la filosofía de base y algunas ideas inherentes, cada ciudad debe buscar su propio camino y desarrollarse en función de su cultura y su fisonomía. Melilla es una ciudad pequeña, compacta, llana en su mayor parte y con una población elevada de funcionarios. Por sus características, su condición artística y arquitectónica, pero sobre todo por la tasa de siniestralidad y la previsión de crecimiento, necesita una urgente aplicación de las medidas que ya están aprobadas en el Plan de Movilidad.
Porque el espacio público, como apuntó Macenlle, es un recurso, mientras que el parque móvil crece a una velocidad insostenible. El coche, literalmente, nos ha invadido, y es insaciable: cuanto más espacio se le dé, más espacio reclama. Y esa invasión acarrea contaminación acústica, sedentarismo, inseguridad, contaminación medioambiental y accidentes que provocan heridos y muerte.
¿Cómo se combate la hegemonía del vehículo? En cuestión de movilidad urbana, según Macenlle, ante problemas graves, soluciones drásticas. El reto no es abrir nuevos espacios a los vehículos, ni hacer carreteras o viales sin ton ni son —como ocurre en Melilla con las carreteras de descongestión del barrio del Real—. Si se quiere acabar realmente con la supremacía del coche, hay que echarlo literalmente de las calles y recuperar el espacio para devolvérselo a las personas. “Hasta hace poco, en Pontevedra el vehículo era el muerto en el entierro, el niño en el bautizo y el novio en la boda. Ahora es solo un invitado”.
El resultado habla por sí mismo, pero una vez más, se requiere valentía. Algo difícil de entender teniendo en cuenta que la inseguridad y la demanda de una ciudad más sostenible son un clamor social y el Gobierno cuenta con el respaldo y motivos suficientes para llevar a cabo tal proyecto.